domingo, 1 de diciembre de 2013

¿Está más experimentada la gente adulta que la joven? ¿Vale más su experiencia?

Desde la escuela tradicional, basada en una pedagogía conductista, opresora y adultocentrista, siempre se ha dicho que la importancia de la educación recae exclusivamente sobre el profesorado, o que siempre el o la docente ha de hablar mientras que los y las discentes deben callar, porque solo el profesorado sabe y el alumnado nada tiene que aportar. 

En el hogar, también se ha promovido una pedaogía paternalista, pedante y coercitiva. El ejemplo de Amy Chua en su libro El libro de batalla de la madre tigre, desde luego, no es al único. Se ha dicho que una bofetada a tiempo nunca viene mal (lo cual se acepta contra infantes, pero no contra personas adultas, como muestra el pediatra Carlos González), que los y las bebés no lloran más que para controlar a quienes les cuidan, que los niños y las niñas deben cerrar el pico y no replicar, etc.

Y es que una de las creencias más arraigadas entre la gente es que las personas no adultas son todas unas inexpertas que no saben ni lo que dicen ni lo que piensan, y, por tanto, es mejor no escuchar sus opiniones, sentimientos y quejas.

Más allá de si un niño o una niña de 8 años tiene algún tipo de experiencia, lo que está claro para mí es que nada justifica la falta de respeto hacia las criaturas; porque, tal y como dijo Jean-Jacques Rousseau:

"La infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras" (1).

Es verdad que la diferente forma de razonar de un niño o una niña de 5 años la puede llevar fácilmente al error en muchas ocasiones. Ya mostró el psicólogo suizo Jean Piaget que la gente a medida que crece pasa por una serie de etapas diferentes en las cuales se adquiere un esquema cognitivo diferente (aunque también, como explicó el psicólogo ruso Lev Vygotski, el aprendizaje facilita la maduración y la adquisición de habilidades). Pero eso no significa que deba restringírsele el derecho a pensar y opinar, y mucho menos que no haya adquirido ciertas experiencias que le lleve a ciertos razonamientos. Y además, al fin y al cabo, las personas adultas también se equivocan en sus planteamientos...

Ahora bien, ¿es cierto que los niños y las niñas, los y las adolescentes, los y las jóvenes, no tienen nada de experiencia, o que si la tienen vale menos?

El pedagogo Paulo Freire, consciente de que todo el mundo tiene algo de experiencia, que ésta es variada en cada ser humano y que toda experiencia diferente e importante para ser compartida, animaba y aconsejaba a los y las docentes a escuchar a los y las aprendices, haciendo mención a su experiencia:

"Por eso mismo pensar acertadamente impone al profesor o, en términos más amplios, a la escuela, el deber de respetar no sólo los saberes con que llegan los educandos, sobre todo los de las clases populares -saberes socialmente construidos en la práctica comunitaria-, sino también, como lo vengo sugiriendo hace más de treinta años, discutir con los alumnos la razón de ser de esos saberes en relación con la enseñanza de los contenidos. ¿Por qué no aprovechar la experiencia que tienen los alumnos de vivir en áreas de la ciudad descuidadas por el poder público para discutir, por ejemplo, la contaminación de los arroyos y de los riachos y los bajos niveles de bienestar de la población, los basureros abiertos y los riesgos que ofrecen a la salud de la gente? ¿Por qué no hay basureros abiertos en el corazón de los barrios ricos o incluso simplemente clasemedieros de los centros urbanos?" (1).

Y es que, por mucho que se hable de la "inexperiencia" infanto-juvenil, no podemos hablar tajantemente de ello. La adultez no asegura la experiencia en un aspecto en concreto, sino que tan solo proporciona una mayor probabilidad de haberla adquirido, de igual forma que un niño o una niña no nacerá con la piel blanca por el mero hecho de nacer en Noruega, ya que no es la nacionalidad la que determina el color de piel, sino los genes del padre y la madre. Y mucho menos podría decirse que la experiencia acumulada por una persona adulta sea más útil que la acumulada por otra más joven. Porque, en mi opinión, hay muchos y diversos factores, a parte de la edad, que aumentan la probabilidad de haber adquirido más experiencia, que interfieren en la adquisición y la calidad de la misma, entre los cuales se pueden mencionar:

- El interés: Supongamos que un grupo de chicos y chicas van de excursión al campo. Quien preste atención y tenga interés en lo que su docente les va a explicar; aprenderá de sus palabras; se fijará en todo cuanto hay a su alrededor; se moverá de un lado a otro, explorando; tomará apuntes; quizá tras la excursión vaya a la biblioteca a ampliar información; puede que vuelva otro día al campo y allí le ocurra algo que le dará una lección; etc, y adquirirá ciertos conocimientos y ciertas experiencias. Sin embargo, quienes no tengan interés por lo que puedan aprender, quienes no presten atención a nada ni muestren un espíritu aventurero, no adquirirán tanta experiencia. De este modo, dos personas de la misma edad, cuando cumplan un año más, no habrán aprendido lo mismo.

- La edad a la que se ha empezado a adquirir una determinada experiencia: Supongo que nadie pone en duda que no es lo mismo comenzar a aprender un idioma en el nacimiento,  que a los 25. Dos personas de 30 años, entre las cuales una tiene un idioma por lengua materna y la otra empezó a estudiar a los 25, no tendrán la misma experiencia en el uso del mismo. Es más: es probable que un o una adolescente de 15 años hable mejor la lengua que esa persona de 30 que empezó a estudiarla a los 25.

 - La posibilidad de adquirir experiencia: Imaginemos a dos personas: una con recursos económicos suficientes como para poder viajar y leer, y otra sin tales recursos. ¿No será más fácil para la primera el adquirir diversas experiencias que para la segunda? Asimismo, imaginemos a dos personas de la misma edad, entre las cuales una encuentra trabajo antes y otra después. ¿No ocurrirá que aunque en el futuro tengan los mismos años, no tendrán la misma experiencia?

- Las vivencias: Éste es uno de los factores que más influyen en la experiencia adquirida. No todo el mundo vive la misma vida; no todo el mundo pertenece a la misma clase social; no todo el mundo tiene los mismos familiares; no todo el mundo conoce al mismo grupo de amigos y amigas; no a todo el mundo le suceden las mismas cosas. Así pues, no es lo mismo una persona que es maltratada que quien solo estudia un máster (tal vez ni con 5 años de experiencia quien estudió el máster llegue a comprender lo que es eso de igual forma que quien padeció el maltrato). Como no todo el mundo pertenece a la misma clase social, no todo el mundo adquirirá el mismo punto de vista a partir, incluso, de una misma experiencia. Como no todo el mundo tiene el mismo grupo de amigos y amigas, unas personas conocerán qué es perder a alguien en un accidente de tráfico y otras no. Como no todo el mundo tiene los mismos familiares, habrá quienes crezcan teniendo que esforzarse y aprendiendo lo que es la vida, mientras que habrá quienes no abran los ojos ante ciertas cosas hasta que no se den un tortazo.

- El tener o no tener a alguien que te enseñe: No es lo mismo conocer a alguien que te abra los ojos ante el sexismo, que no conocer a tal persona. No es lo mismo que un padre y una madre te enseñen un oficio, que el no tener a nadie que te lo enseñe. No es lo mismo encontrarte con un o una docente que te habla sobre los mitos del amor romántico, que tener que basar tu vida en lo que has leído en tal o cual novela. 

Es por ello que en su momento hice una entrada en agradecimiento a las personas adultas que fomentan el feminismo.

- La variedad de la experiencia adquirida: Imaginemos a dos chicos que estudian Pedagogía. Uno entra en un Instituto de uno de los barrios más ricos de Madrid capital y el otro entra en un Instituto de uno de los barrios más pobres de la zona sur de la Comunidad de Madrid. El primero, en 10 años trabajando como orientador, quizá solo trate con algunos y algunas discentes que presentan mal comportamiento, con quienes tienen dificultades a la hora de estudiar, etc. Sin embargo, quien entró en un Instituto en el que estudia alumnado en riesgo de exclusión social, probablemente aprenda lo que es estar con educandos cuyas familias están en la miseria, con estudiantes que viven en ambientes muy conflictivos, con un alumnado con necesidades educativas especiales y tiene que tratarles sin apenas recursos, etc. Indudablemente, este segundo chico adquirirá una experiencia más profunda y variada que el primero.

- El aprovechamiento de la experiencia adquirida: Hay quienes en verdad, debido a su edad u otro factor, tienen una experiencia mucho mayor que otra gente y sin embargo no le sirve de nada porque es incapaz de aprovecharla (o no quiere). A través de ello se explica que entre dos personas que sufren un problema idéntico, una aprenda que está mal y la otra lo reproduzca.

- La fuerza con la que se adquiere la experiencia: No es lo mismo que un conductor o una conductora que se salta un semáforo en rojo en una calle de una villa que no está transitada en ese momento, que quien colisiona contra otro coche al hacerlo. Seguramente la próxima vez no se lo vuelva a saltar.

- Las expectativas: No es lo mismo leer un artículo o aventurarse en el aprendizaje o la vivencia de algo, si se tiene la expectativa de conseguir algo bueno que si no se tiene.

Con todo esto observamos que si bien la edad puede ser un factor que influye en la experiencia adquirida, no es la única causa que la otorga y permite. Ergo, es incorrecto afirmar que la gente adulta está siempre más experimentada y cualificada en cualquier ámbito que la gente joven, o que su experiencia valga más. Y por ende, no es justo tratar a todo y toda joven de forma pedante y paternalista, haciendo alusión a su falta de experiencia.

Si la edad fuese el factor determinante, jamás ocurrirían cosas como que un chico de 15 años ha inventado un método para detectar el cáncer de páncreas...

Al fin y al cabo, parafraseando lo que una vez comentó un profesor de mi facultad:

En ocasiones, está claro, el maestro o la maestra sabe cosas que sus alumnos y alumnas desconocen (otras veces, otro tanto sucede al revés). Por ejemplo, cuando una criatura aprende que 1 + 1 = 2, nadie puede discutir que ese niño o esa niña no sabe sumar mientras que quien le enseña sí. Sin embargo, cuando crece y cumple los 20 años, nadie en su sano juicio osaría colocar a aquel maestro o a aquella maestra por encima de su ex-discente en cuanto a lo que las sumas se refiere. Nadie en su sano juicio afirmaría que el maestro o la maestra vale más para hacer sumas que el chico o la chica de vente años. Entonces, la edad será un factor que no importe nada. Tanto una parte como la otra sabrá, indiscutiblemente, sumar por igual, y no habrá motivo alguno para que la una, solo por ser mayor, se imponga ante la otra.

Y por eso opino que hay que revolucionar la pedagogía escolar; por eso pienso firmemente que hay que educar con amor; por eso afirmo tajantemente que hay que acabar de una vez por todas con el adultismo.

Fuente:

(1)- Rousseau, J-J (2011). Emilio o de la educación. Madrid: Alianza.

(2)- Freire, P. (2004). Pedagogía da autonomía. Sao Paulo: Paz e Terra.

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