lunes, 25 de julio de 2011

La historia de la Gran Torre.

"No hace mucho tiempo, la humanidad se volvió tan caótica que los hombres tuvieron un gran concurso para saber cuál era la profesión más importante en la sociedad. Los organizadores del evento construyeron una enorme torre dentro de un inmenso estadio, con escalones de oro y piedras preciosas. La torre era muy hermosa. Llamaron a la prensa mundial, televisión, periódicos, revistas y estaciones de radio para que hicieran la cobertura.

El mundo se conectó al evento. El estadio se lleno de gente de todas las clases sociales que quería ver de cerca la justa. Las reglas eran las siguientes: cada profesión estaba representada por un ilustre orador, quien debía subir rápidamente a un escalón de la torre y dar un discurso elocuente y convincente acerca de por qué su profesión era la más importante en las sociedades modernas. El orador debía quedarse en la torre hasta el final del concurso. El voto era mundial, a través de Internet.

El concurso fue patrocinado por grandes compañías y países. La clase profesional ganadora recibiría prestigio social, una gran cantidad de dinero y subsidios gubernamentales. 

Una vez establecidas las reglas, comenzó el evento. El mediador del concurso gritó: “¡El espacio esta abierto!”

¿Sabe usted quién fue el primero en subir a la torre? ¿Los educadores? No, fue el representante de mi clase profesional, un psiquiatra.

Subió a la torre y gritó: “Las sociedades modernas se convertirán en fábricas de estrés. La depresión y la ansiedad son las enfermedades del siglo. La gente ha perdido su fascinación por la vida. Muchos se suicidan. La industria de los antidepresivos y tranquilizantes se ha vuelto la más importante del mundo”. 

Entonces, el orador hizo una pausa. La asombrada multitud escuchaba atentamente sus incisivos argumentos.

Concluyó: “La norma es estar estresado, y lo inusual es ser saludables. ¿Qué sería de la humanidad sin los psiquiatras? ¡Un hospicio de seres humanos sin calidad de vida alguna! Como vivimos en una sociedad enferma, declaro que nosotros somos, junto con los psicólogos clínicos, los profesionales más importantes de la sociedad...”

El estadio estaba totalmente en silencio. Muchas personas en la multitud se miraron a sí mismas y se dieron cuenta de que no eran felices, que estaban estresadas, que dormían mal, que se despertaban cansadas y que tenían dolores de cabeza y la mente alterada. Millones de espectadores reprimieron sus voces. Los psiquiatras parecían ser invencibles.

En seguida, el mediador gritó: “¡El espacio esta abierto!” 

Adivine quién fue el siguiente ¿Los maestros? No, el representante judicial; los jueces y fiscales. Subió a un escalón más alto y en un gesto atrevido emitió las palabras que sacudieron a los oyentes. 

“¡Observen los índices de violencia! No dejan de crecer. Los secuestros, los asaltos y la violencia en el tráfico llenan las páginas de los periódicos. La agresividad en las escuelas, el abuso infantil y la discriminación racial y social son parte de nuestra rutina. Los hombres adoran sus derechos y desprecian sus obligaciones”.

Los oyentes asintieron con la cabeza, coincidiendo con sus argumentos. En seguida, el orador fue más incisivo. 

“El narcotráfico hace circular tanto dinero como el petróleo. No podemos destruir el crimen organizado. Si quieren sentirse seguros, enciérrense en sus casas, porque la libertad le pertenece a los criminales. Sin los jueces y fiscales, la sociedad se derrumbará. Por lo tanto, declaro, con el apoyo de la fuerza policial, que nosotros somos la clase profesional más importante de la sociedad”.

Todos se sofocaron con estas palabras, que perturbaron sus oídos y les quemaron el alma, pero al parecer eran incuestionables: otro momento de silencio, esta vez más prolongado.

Entonces el mediador, sudando frió, dijo: “¡El espacio esta abierto otra vez!”

Otro intrépido representante subió a un escalón todavía más alto de la torre. ¿Sabe quién fue esta vez? ¿El de los educadores? No. Era el representante de las fuerzas armadas, quien habló con una voz vibrante y sin tardanza: 

“Los hombres desprecian el valor de la vida. Nos matamos mutuamente por muy poco. El terrorismo mata a miles de personas. La guerra comercial mata a millones con el hambre. La especie humana se ha desintegrado en docenas de tribus. Las naciones sólo son respetadas por su economía y por sus fuerzas armadas. Si quieren paz, tienen que estar preparadas para la guerra. El poder político y militar, y no el dialogo, es el factor de equilibrio en un mundo incierto”.

Sus palabras impactaron a los oyentes, pero eran incuestionables. Entonces concluyó:

”Sin las fuerzas armadas no habrá ninguna seguridad. El dormir sería una pesadilla. Por eso declaro, lo acepten o no, que los hombres de las fuerzas armadas no son solamente la clase profesional más importante, sino también la más poderosa”. 

Las almas de los oyentes se congelaron. Todos estaban atónitos. Los argumentos de los tres oradores eran muy fuertes. La sociedad se había convertido en un caos. En todo el mundo, la gente estaba perpleja y no sabía que posición tomar: si aclamar a un orador o llorar por la crisis de la especie humana.

Nadie más se atrevió a subir a la torre. ¿Por quién votarían? Cuando todos pensaron que el concurso había terminado, pudieron escuchar una conversación al pie de la torre. ¿Quiénes estaban conversando?
Esta vez eran los maestros. Había un grupo de maestros de preescolar, primaria, bachillerato y universidad. Estaban apoyados contra la torre y abrazaban a varios padres.

Nadie sabía que hacían ahí. La televisión los enfocó y los proyectó en una gran pantalla. El mediador les gritó que uno de ellos subiera a la torre. Ellos se negaron.

El mediador los acicateó: “Siempre hay cobardes en una disputa”. Hubo risas en el estadio.
La gente se burlaba de los padres y los maestros.

Cuando todo el mundo pensó que eran frágiles, los maestros, animados por los padres, comenzaron a debatir ideas desde donde estaban parados. Todos estaban representados.

Uno de los maestros, mirando hacia arriba, dijo al representante de la psiquiatría: 

“No queremos ser más importantes que ustedes. Sólo queremos ser capaces de educar las emociones de nuestros estudiantes, formar jóvenes libres y felices para que no se enfermen y no tengan que ser tratados por ustedes”. 

El representante de la psiquiatría recibió un golpe en el alma.

Entonces, otra maestra del lado derecho miró al representante judicial y dijo: 

“Nunca hemos tenido la pretensión de ser más importantes que los jueces y los fiscales. Sólo queremos ser capaces de fortalecer la inteligencia de nuestros jóvenes para que puedan amar el arte de pensar y aprender la grandeza de los derechos y obligaciones humanas, y así nunca tengan que sentarse en el banquillo de los acusados”. 

Al representante judicial le temblaron los pies.

Otro maestro a la izquierda de la torre, aparentemente tímido, miró al representante de las fuerzas armadas y dijo poéticamente: 

“Los maestros del mundo no tienen deseo alguno de ser más importantes o más poderosos que los miembros de las fuerzas armadas. Sólo queremos ser importantes en los corazones de nuestros niños. Queremos guiarlos para que entiendan que un ser humano no es sólo otro número en la multitud, sino un ser irremplazable, un actor único en el escenario de la existencia”. Este maestro hizo una pausa, y añadió: “De esta forma, se enamorarán de la vida y cuando tengan el control de la sociedad, nunca necesitarán comenzar guerras; ni guerras físicas que derramen sangre ni guerras comerciales que quiten el pan. Porque creemos que el débil usa la fuerza, pero el fuerte usa el dialogo para resolver sus conflictos. También creemos que la vida es la obra maestra de Dios, un espectáculo que nunca debería ser interrumpido por la violencia humana”.

Los padres se regocijaron con estas palabras, pero el representante judicial casi se cae de la torre.
Se podía escuchar un alfiler caer en la multitud. El mundo estaba perplejo. La gente no tenía idea de que los simples maestros, que vivían en el pequeño mundo del salón de clases, fueran tan sabios. El discurso del maestro sacudió a los líderes del evento.

Viendo que el éxito de la disputa estaba en riesgo, el mediador del evento dijo arrogantemente: “¡Soñadores! ¡Viven fuera de la realidad!”. 

Un maestro valiente y sensible gritó: “¡Si dejamos de soñar, moriremos!”.

Aquellos que todavía estaban en la torre aprovecharon el momento, y uno de los oradores quiso herirlos aun más: 

“¿A quién le importan los maestros hoy en día? Comparen sus salarios con los de otros profesionales. Vean si participan en las más importantes reuniones políticas. La prensa rara vez los menciona. A la sociedad le importan muy poco las escuelas. ¡Vean los salarios que reciben al final de cada mes!”. 

Una maestra lo miró y dijo con seguridad: 

“No trabajamos sólo por un salario, sino por amor a tus hijos y a todos los jóvenes del mundo”.

Enojado, el líder del evento gritó: 

“Su profesión se extinguirá en la sociedad moderna. ¡Las computadoras los están sustituyendo! No merecen estar en este concurso”.

La multitud, manipulada, cambió de bando, y condenó a los maestros. Exaltó la educación virtual. Gritó, al unísono: “¡Computadoras! ¡Computadoras! ¡No más maestros!”. El estadio repetía delirantemente esta frase. Enterraron a los profesores. Los maestros jamás habían sido tan humillados. Atónitos por estas palabras, decidieron abandonar la torre. ¿Y sabe qué sucedió? La torre se vino abajo. Nadie lo imaginaba, pero la torre estaba sostenida por los maestros y por los padres. La escena fue devastadora. Los oradores tuvieron que ser hospitalizados. 

Después a los maestros trataron de reemplazarlos con computadoras, dándole una máquina a cada estudiante. Utilizaron las mejores técnicas multimedia. ¿Y sabe qué ocurrió? La sociedad se vino abajo. La injusticia y las miserias del alma aumentaron todavía más. El dolor y las lágrimas aumentaron. La cárcel de la depresión, el miedo y la ansiedad aprisionaron a una gran parte de la población. La violencia y el crimen se multiplicaron. La coexistencia humana, que ya era difícil, se hizo intolerable. La especie humana se quejaba de dolor; corría el riesgo de no sobrevivir.

Horrorizados, todos entendieron que las computadoras no podían enseñar sabiduría, solidaridad y amor por la vida. Nunca se les había ocurrido que los maestros y los padres eran la base de las profesiones y sostenían todo lo que es más lúcido e inteligente entre nosotros.

Descubrieron que la pequeña luz que entraba en nuestra sociedad provenía de los corazones de los padres y maestros, que educaban y enseñaban arduamente a sus hijos. Comprendieron que la sociedad vivía en una larga, nebulosa noche y que la ciencia, la política y el dinero no podían terminar con ella. Se dieron cuenta que la esperanza en un hermoso amanecer está en cada padre, madre y maestro, y no con los psiquiatras, los judiciales, los militares y la prensa... No importa si los padres viven en un palacio o en una choza, ni si los maestros dan sus clases en una escuela pobre o suntuosa, ellos son la esperanza del mundo.

De cara a esto, los políticos, los representantes de las clases profesionales y los hombres de negocios se reunieron con los maestros en cada pueblo de cada nación. Reconocieron que habían cometido un error contra la educación. Pidieron disculpas y rogaron a los maestros que no abandonaran a sus hijos.

Entonces hicieron una gran promesa. Afirmaron que la mitad del presupuesto gastado en armas, la fuerza policial y la industria de los antidepresivos y tranquilizantes se invertiría en la educación. Se rescataría la dignidad de los maestros, y prometieron crear las condiciones para que cada niño en la Tierra pudiera ser alimentado con comida para su cuerpo y con conocimiento para su alma. Ningún niño se quedaría sin escuela otra vez.

Los maestros lloraron. Se conmovieron por tal promesa. Durante siglos habían estado esperando que la sociedad tomara conciencia del drama que atraviesa la educación. Por desgracia, sólo abrió los ojos cuando la miseria social llegó a niveles intolerables.

Pero como siempre han trabajado como héroes anónimos y siempre han amado a cada niño, cada adolescente y cada joven, decidieron regresar a las aulas y enseñar a sus estudiantes a navegar a través de las aguas de la emoción.

Por primera vez, la sociedad colocó a la educación en el centro de su atención. La luz brilló de nuevo después de la larga tormenta. Después de 10 años se vieron los resultados; después de 20 años, todos estaban asombrados. 

Los jóvenes ya no renunciaron a la vida. Ya no hubo suicidios. El consumo de drogas se disipo. Ya casi no se oía nada acerca de la violencia. ¿Y de la discriminación? ¿Qué es eso? Nadie podía recordar ya de que se trataba la discriminación. Los blancos abrazaban con afecto a los negros. Los niños judíos se quedaban a dormir en las casas de los niños palestinos. El miedo desapareció. 

Las prisiones se convirtieron en museos. Los policías se volvieron poetas. Los consultorios de los psiquiatras estaban vacíos. Los psiquiatras se volvieron escritores. Los jueces se volvieron músicos. Los abogados se volvieron filósofos. ¿Y los generales? Descubrieron el perfume de las flores, aprendieron a ensuciarse las manos para cultivarlas...

¿Y los periódicos y los canales de televisión del mundo? ¿Qué reportaron, qué vendieron? Ya no las lágrimas y la aflicción humana, sino que vendieron sueños y anunciaron esperanzas".


Fuente: Curry, A. (2010). Padres brillantes, maestros fascinantes. Zenith/Planeta: Barcelona.

viernes, 22 de julio de 2011

¡Mi tercer premio!

Ariette, del blog Me siento trabajadora social, me ha concedido el siguiente premio:




Muchas gracias, Ariette, por él.

Bien, paso a responder a las preguntas:

1- ¿Por qué comenzaste a escribir tu blog?

Porque empecé a visitar algunos blogs con cuyos contenidos estaba en desacuerdo en ciertas cosas, y decidí comenzar un blog propio para mostrar mi forma de ver el mundo y la pedagogía, y así contribuir a erradicar el sexismo, el racismo, la homofobia, el adultocentrismo, etc. De paso, así podría enseñar cosas que podrían ser de utilidad a otras personas, ayudarlas y llevarme a mí mismo a buscar información, aprender, leer más sobre educación y saber más. En definitiva, para intentar cambiar el mundo y mejorarme a mí mismo.

2- ¿Qué sería lo que más alegría y emoción te causaría en la vida?

La verdad es que no hay una única cosa que me causaría mayor alegría en la vida. A mí me pueden hacer feliz hasta los más pequeños detalles. Pero supongo que continuar junto a las personas a quienes quiero y lograr mis metas son de esas cosas que más me alegran la vida.

3- ¿Con qué sensación quedas, cuando escribes comentarios en otros blogs?

Pues eso depende del blog y la entrada en que comente. Unas veces se me queda una sensación de fascinación al leer algo sorprendente; otras, de amargura, al leer cosas que me parecen nefastas; y otras, de fastidio, porque a veces bloger da fallos, se pierden los comentarios y tengo que escribir de nuevo, jajajaja (así que ahora, cada vez que tengo que escribir un comentario largo, lo escribo en word y le doy a copiar y pegar, jejeje).

4- ¿Con qué sensación quedas cuando lees los comentarios que otras mamis o papis dejan en tu blog, y por qué?

Por lo general, de emoción, porque me encanta recibir comentarios, debatir, aprender de las experiencias y conocimientos de otras personas. Alguna vez me he llegado a enfadar porque en ocasiones hay personas que dejan comentarios insultantes (por supuesto, no los publico; este espacio es de respeto). Pero bueno... como comentó una vez Basta de Sexismo: "Gracias a quienes vienen a mi blog a insultar, porque hacen con ello que quede mejor referenciado en Google", jajajajaja.

5- Relata una anécdota que te emocionó hasta las lágrimas con tus hijos. Relata una anécdota divertida y alegre con tus hijos:

No tengo hijos/as. Pero tengo alumnos/as (ahora mismo no, ya que estoy de vacaciones y no me ha salido ningún trabajo con niños/as; así que me estoy yendo con mi padre a aprender fontanería y otras cosas). 

Así pues... una anécdota que me emocionó hasta las lágrimas con un alumno:

El día que me despedí de mis niños/as en el centro donde realizaba las prácticas, mientras jugábamos a un juego, un niño dijo:

-Venga, quien gane se lleva un premio.

A esto, una niña comentó:

-Vale; y el premio es que se quede Enrique.

Ohhh. ¡Qué rica! Me derritió al momento. Me llegó al alma... Esta niña ya incluso me había hecho un día, por sorpresa, un regalo en el colegio, y me lo dio. Se ve que le caí bien. :o)

¿A quienes les paso el premio?

A Euphorbia, del blog Euphorbia Splendens.

A Ser filosofista, del blog Ser Filosofista.


domingo, 17 de julio de 2011

Enseñar a equivocarse.

Vivimos en un mundo en el que por todas partes tratan de meternos en la cabeza que tenemos que ser total y absolutamente perfectos/as. En el mundo actual, las imperfecciones no se toleran. "Si tienes un poco peso de más, ponte a dieta urgentemente", anuncian en la televisión. "Si no te gusta tu pecho, hazte una operación". "Si tienes arrugas, usa esta crema". "Si te equivocas en el ejercicio, te pongo un negativo". En resumen: si no eres perfecto/a, no vales para nada y tenemos que moldearte.

Lo peor de todo es que nos introducen de este modo en una frustración constante y sin fin, pues no existe la perfección. Siempre pueden sacarse fallos en cualquier rincón. El mundo actual es un mundo que saca defectos y problemas en cada rincón y en cada esquina, y luego, hipócritamente, se acerca a nosotros/as con una aureola de santo en la cabeza, diciendo tener la solución a todos los problemas. ¿Y todo para qué? Para que no pensemos en otra cosa... y para que tengamos miedo.

Todo esto únicamente nos lleva, bajo mi punto de vista, a una cosa: al miedo al fracaso. Miedo a no ser aceptados/as socialmente; miedo a no superar un examen; miedo a que equivocarnos y que se rían de nosotros/as; miedo a nosotros/as mismos/as. Y a causa de este miedo nos entregamos ciegamente a ese mundo: nos entregamos a que cambien nuestra forma de pensar en un gabinete psicológico, a que cambien nuestro cuerpo en una sala de operaciones, a que sean otros/as quienes dicten lo que hemos de hacer (ya que "nosotros/as sí fallamos, mientras que esas personas son perfectas"). 

No estoy tratando de decir que no deberíamos ponernos metas, pero sí que al menos no deberíamos detenernos en ese punto. Deberíamos no tener miedo de nuestros fracasos, pues no hay podios sin derrotas. Hay mucha gente, pienso, que si no llega a lograr ciertas cosas que se propone, no es porque no tenga cualidades para ello, sino porque no superan sus fracasos, porque desisten ante los primeros obstáculos que se les cruza en el camino.

Dice Augusto Curry en su libro Padres brillantes, maestros fascinantes: "La sociedad nos prepara para los días de gloria, pero son los días de frustración los que dan sentido a esa gloria".

Pero hemos aquí la solución: la educación. Mas... ¿una educación para la perfección? No. Todo lo contrario: una educación para aceptar los errores, las imperfecciones, los problemas... Una educación basada en el error.

Hoy día, hay padres, madres y docentes, que cuando detectan fallos en sus hijos/as y alumnos/as, se los resuelven o les castigan. "Aquí te has equivocado, corrígelo". "Esto no me gusta, queda muy feo. Tienes que hacerlo así...". "Eso no está bien... ¿Por qué? Porque lo digo yo". "Has escrito esta palabra mal. Tienes que escribirla bien cien veces".

Creo que deberíamos hacer pensar sobre los errores, porque solamente pensando sobre los problemas podemos entenderlos y buscar soluciones por nosotros/as mismos/as, sin esperar que sean otras personas quienes lo hagan todo. Porque nosotros/as no solo somos lo que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos... También somos lo que no hacemos, lo que no decimos, lo que no pensamos... Lo que acertamos y lo que fallamos. Los fallos, los errores, son parte de nosotros/as. Tenemos que tener tendencia a mejorar, pero no a obsesionarnos con las imperfecciones, simplemente porque la imperfección va ligada a nuestro cuerpo y a nuestra psique, pues somos seres incompletos, inacabados e imperfectos.

Y para eso, en la escuela y en casa, en vez de ir corrigiendo constantemente y castigando los fallos, creo que deberíamos hacer pensar a niños y niñas dónde se han equivocado y qué solución le darían. Y sobretodo, enseñarles a ser persistentes, a no estancarse, a afrontar la vida. 

Hay que tener dos cosas muy claras: 

1- Tarde o temprano, pues a veces nos cuesta y caemos veinte veces con la misma piedra, de los errores se aprende.

2- Vencido/a no es quien cae, sino quien no se levanta.

Si yo quisiese construir una sociedad perfecta (cosa que no quiero que ocurra nunca, y que, afortunadamente, nunca sucederá), en vez de castigar los errores, los permitiría, y pondría una única condición: que cada fallo fuese siempre nuevo.

Si introducimos en los niños y las niñas la semilla para aprender de sus errores, aunque al principio acabemos llorando, aunque acabemos frustrándonos al pensar que no hemos hecho nada bien porque al inicio se equivocarán, estoy seguro de que tarde o temprano la semilla germinará y dará sus frutos.

Recuerdo una parábola que contó Jesús de Nazaret, que explica muy bien cómo a veces, para ver cambios y mejorías, tenemos que esperar con sabia paciencia, porque tarde o temprano se aprende de los errores y se hace uno/a mejor persona:

"Un hombre tenia dos hijos y el más joven de ellos dijo al padre: 

-Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde.

Y él les repartió la hacienda.

No muchos días después, el más joven reunió todas las cosas y se marchó a una región lejana. Allí disipó su hacienda, viviendo pródigamente. Cuando lo gastó todo sobrevino un hambre grande en aquella región y el empezó a tener necesidad. Fue y se acercó a cierto ciudadano de aquella región que lo envió a sus tierras para apacentar puercos. Y deseaba llenar su estomago con las algarrobas que comían los puercos pero nadie se las daba.

Entonces, entrando dentro de si, decía: "¡A cuantos jornaleros de mi padre les sobra el pan, y yo aquí muero de hambre. Me levantaré iré a mi padre y le diré: Padre he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros".

Se levantó y fue a su padre.

Todavía estaba lejos, cuando lo vio su padre, que se conmovió, corrió, se echó sobre su cuello y lo besó. Y el hijo dijo: 

-Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. 

Pero el padre dijo a sus criados: 

-Traed enseguida la mejor túnica y ponédsela. Dadle un anillo para su mano, y unas sandalias para los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, comamos y alegrémonos. Porque este hijo mío había muerto y ha resucitado; se había perdido y ha sido encontrado. 

Y comenzaron a comer con alegría".

Fuente: La Biblia (Lc: 15, 11-32).

domingo, 10 de julio de 2011

Revolucionemos la pedagogía escolar.

Éstas son algunas de las pautas que cambiaría en el entorno escolar:

1- La escuela, más que un centro educativo, a mi juicio, se ve como un simple centro de enseñanza, donde el alumnado aprende unos conocimientos básicos, debiendo, si es posible, aspirar a grados superiores para tener una buena formación académica, y por ende, en teoría, poder acceder a un buen puesto laboral. Yo, sin embargo, no veo la escuela como un mero centro de formación. Creo que la escuela debe centrarse también, y con prioridad, en una educación integral, que lleve una buena función de educación intelectual, emocional, física, artística y moral. ¿Para qué queremos personas que tengan grandes conocimientos de física y química, si esos conocimientos los emplean para fabricar bombas con las que quitar vidas? La educación debe tener, para mí, como máximo fin, el formar personas, seres humanos críticos, libres y con grandes cualidades éticas; no simples robots llenos de datos.

2- Comprensión y reflexión frente a la memorización. La escuela se rige más bien, a mi parecer, por mi experiencia como estudiante, por la enseñanza memorística. Parece que apenas importa si el alumnado comprende y piensa o no. Alumnos/as pasan cursos memorizando contenidos (y digiriéndolos como corderitos), en vez de comprendiendo y reflexionando. De esta forma, lo que se hace es llenar mentes. Yo no estoy de acuerdo con ello. Yo creo, como dijo Plutarco, que "la mente no es un vaso para llenar, sino una lámpara para encender". 


En la escuela se está llevando a cabo lo que Paulo Freire denomina como educación bancaria. Si ustedes van ahora mismo al banco a introducir dinero, tendrán el dinero ahí almacenado, pero no podrán utilizarlo mientras esté ahí dentro. Algo así ocurre con los conocimientos impartidos en la escuela: la mente de niños y niñas es rellenada de datos, pero éstos/as no saben qué hacer con ellos; y de nada sirve un dato si no puede crearse una idea con él.




3- Supresión de los libros de texto. Una de las cosas que no soporto es ver a niños y niñas cargando en la espalda más peso del que debieran. Y no solamente estoy en contra de los libros de texto por eso, sino que también porque, bajo mi punto de vista, con los libros de texto se fomenta el llenado y rellenado de mentes. Todo el alumnado lee y memoriza el mismo contenido (a gusto del profesor o la profesora de turno, según la ideología que tenga), y debe "devolvérselo" a su docente mediante exámenes. Si en el libro de texto dice "los varones son superiores a las mujeres" y el alumnado no está de acuerdo, ajo y agua. Eso es lo que debes aprender y es lo que debes responder en los exámenes si quieres pasar de curso. Es decir, que el libro de texto, para mí, no está para enseñar, y mucho menos para educar, sino para adiestrar. Yo prefiero que no haya libros de texto. Prefiero que el o la docente enseñe permitiendo la reflexión y la crítica de sus educandos, y que el alumnado, al no regirse por un exclusivo libro en común, busque en otras fuentes, investigue, se documente, critique... y encienda su mente.

4- Supresión de exámenes memorísticos. Los exámenes solamente sirven para comprobar lo que el alumnado ha memorizado, y no lo que ha aprendido realmente (y el contenido memorizado, en su mayoría es olvidado días posteriores a la realización del examen). Además, con un examen final con el cual se decide si se pasa o no la asignatura, olvidamos todo el proceso realizado a lo largo del curso. No importa cuánto se haya esforzado el alumnado, cuánto haya trabajado, y no importa tampoco si ese día a un/a discente en particular le aconteció un problema determinado (como el fallecimiento de un pariente, por ejemplo). Si se aprueba ese examen, bien; si no, a fastidiarse. Yo propongo sustituir los exámenes por trabajos, debates, exposiciones, actividades... y tener también muy en cuenta la actitud, el esfuerzo, el compañerismo...

5- Fomento de la participación en el aula por parte de los educandos y de las clases dinámicas. Antaño, la escuela tradicional consistía en un "el profesor o la profesora habla, y el alumnado calla y traga". Actualmente esta dinámica está evolucionado, pero muy lentamente. Yo no quiero discentes adoctrinados, cabizbajos, que escuchen mis palabras y las asimilen. Quiero discentes que sepan pensar, criticarme y criticarse, entablar un diálogo sano y respetuoso, que construyan junto a mí el conocimiento, que alegren el aula con su participación, con su actividad, con su voz y con sus sonrisas.

6- Aumento del número de excursiones. Las excursiones son, bajo mi punto de vista, un recurso pedagógico bastante atractivo, y del cual se puede sacar mucho provecho. Asimismo, pienso que ayudan a desconectar del aula y a cambiar de aires, haciendo que varíe la dinámica del curso y se haga menos pesado. También creo que hay que aumentar el número de excursiones porque me gusta que el alumnado adquiera contacto físico, visual, auditivo... con lo que estudia, es decir, que lo conozca por experiencia, y no exclusivamente por lo que se le muestra en el aula. Sirve para acompañar con un objeto a la palabra aprendida. Yo, desde luego, prefiero ver una jirafa y que me enseñen sus características, a que me hagan abrir un libro y empiecen a dictarme "la jirafa pertenece al reino animal; es un mamífero herbívoro...".

7- Aumento del número de prácticas y de trabajos manuales. Para mí, una buena teoría debe ir acompañada de una buena práctica. Solamente a través del contacto con la situación se puede conocer realmente la realidad. Además, con sinceridad, ¿confiarían en un/a cirujano/a que sepa mucho de medicina pero que no haya operado nunca en toda su vida?

8- Fomento de la cooperación y eliminación del espíritu competitivo en la escuela. Los estudios lo demuestran: el proceso de enseñanza-aprendizaje se ve favorecido en contextos cooperativos más que en competitivos. En un ambiente cooperativo, se aprende a ser solidario/a, a ayudar, a amar, a cuidar. Los y las discentes se apoyan los/as uno/as a los/as otros/as, comparten apuntes, colaboran en la enseñanza de quienes tienen mayores dificultades, dan ánimos cuando alguien suspende o se equivoca (en vez de reírse y ponerle orejas de burro, como se hacía antaño), y se alegran por sus compañeros/as cuando dominan la asignatura.

9- Fomento del deporte y el juego. Me aterran los padres y las madres cuando piensan "ha suspendido mi hijo/a Educación Física. Bueno, eso no es importante". Ah, ¿no es importante tener un cuerpo sano y equilibrado? Asimismo, me horroriza un sistema educativo tradicional, en el que se trata a los niños y las niñas como si fuesen reclutas de un ejército, todos/as rígidos, en fila, cantando al unísono contenidos para memorizarlos simplemente, y sin la posibilidad de moverse. El juego es una de las actividades que más beneficia el desarrollo físico y psíquico, a la psicomotricidad de los y las infantes. No hemos de olvidar que un/a niño/a que no se mueve, o está enfermo/a o tiene un problema.

10- Mayor coordinación escuela-familia. Creo que vivimos en un mundo en el que casi nadie quiere ser responsable de los problemas que vemos diariamente. Pienso que por este motivo, muchos padres y muchas madres culpan a la escuela de los malos modales que adolescentes y jóvenes tienen hoy en día, y al mismo tiempo, la escuela echa las culpas a las familias. Creo que ha llegado la hora de dejar de señalar a las personas con el dedo en busca de culpables, y que apuntemos todos/as en una misma dirección: los problemas, los cuales han de ser solucionados cuanto antes posible, pues ello es lo que realmente beneficia a los niños y las niñas.

11- Dar el mismo valor a todas las asignaturas y mejorar la estructura de los horarios de los centros educativos. Personalmente, no estoy de acuerdo en cómo están estructurados los horarios. Hay asignaturas a las que se les dedica un mayor número de horas que a otras. Yo no creo que haya asignaturas con mayor valor que otras. Por ejemplo, la asignatura de  Educación para la Ciudadanía de 4º de la E.S.O., es dada solamente una hora a la semana. ¿Por qué la filosofía y la ética habrían de tener menos valor que las matemáticas y el inglés? Yo no creo que asignaturas que enseñan a reflexionar, a conocer el mundo, a ver y aprender ideas, a adquirir empatía con las demás personas, tengan un valor inferior a otras asignaturas.

12- Eliminación de las palabras "aprobar" y "suspender", y sustituirlas por "dominar o no dominar la materia". Cuando hablamos de alumnos/as que han aprobado o suspendido una asignatura, hablamos de alumnos/as que han pasado o no un examen. Yo prefiero hablar de discentes que dominan o no dominan la materia, en tanto que para mí lo importante no está en si pasan o no un examen, sino en si realmente conocen o no conocen.

13- Embellecimiento del entorno escolar. Cada vez que miro una escuela... me entristezco. Está llena de ladrillos, asfalto y vallas. A mí me gustaría que hubiese más campo, flores, árboles... Que estuviese limpio y lindo. Que el alumnado pueda recibir clases fuera del aula en los días de buen tiempo, manteniendo contacto con la naturaleza, y que no pase todo el tiempo entre cuatro paredes con rejas, como si de delincuentes se tratasen. Cada vez que veo un aula conforme están creadas hoy día, y cada vez que veo a niños y niñas ahí encerrados/as durante horas... me da por pensar que a la palabra "aula" le falta una "j" inicial. Son más bien, bajo mi punto de vista, jaulas...

viernes, 1 de julio de 2011

Carta a un padre.

Lo has esperado con tanta impaciencia... Lo has deseado con tanto ímpetu... Has anhelado tanto durante nueve meses que llegase este bello momento... Y por fin está ahí, delante de ti. Por fin ves a tu hijo.

Veo cómo le miras... con esa mirada de profundo entusiasmo, con una mirada de inmensa termura, con la curiosa mirada de un/a infante ante algo que le resulta novedoso, bello y grande.

Sé que le quieres; o mejor dicho, que le amas, que le adoras. Sé que anhelas con toda tu alma tenerlo entre tus brazos, acariciarle, besarle, mimarle, darle tu calor, transmitirle tu cariño, proporcionarle tu protección.

Pero no sabes que te ocurre; algo te detiene antes de acercarte a tu hijo. Yo sí sé de qué se trata. Es el miedo al rechazo de la sociedad. Es el temor a ser visto como un bufón "afeminado". Es el lavado de cerebro que te ha hecho un mundo cruel, injusto y sin escrúpulos, al afirmar diariamente, sin sentir el más mínimo remordimiento, que al cargo de un/a bebé ha de estar disponible en exclusiva la madre. Es la poupérrima educación sexista que el mundo te transmitió desde tu nacimiento, con la que se te instó a estar por encima del resto de las personas, a no mostrarte "demasiado blando", a ser el que tiene el poder, a ser quien ha de triunfar en la vida y vivir como una simple y mera máquina de producir dinero para tu familia... y sobre todo, y en definitiva, a no expresar tus emociones. Esas emociones que siempre has tenido desde pequeño, guardadas y acalladas cada vez que te abofeteaban o te gritaban por llorar. Emociones tiernas, dulces, grandiosas, que quedaron aplacadas al más oculto rincón de tu corazón por culpa de una sociedad que pide de ti que des muestras de grandeza y fortaleza. Quieres hacer aflorar esos majestuosos sentimientos, lo sé; quieres que salgan y mostrarlos al Universo. No quieres ser uno más en la Tierra. No deseas que tu rol sea solo el de aportar un gameto y traer dinero a casa. Quieres alzar la voz en el cielo, y gritarle al mundo entero que amas a tu hijo, y que quieres estar a su lado.

No pongo en duda, y por fin los estudios lo demuestran, que, al igual que en tu pareja, la oxitocina corre, alterada, por tu sangre. No pongo en duda que en tu interior, ese interior que quedó sellado por años y años de pésima educación emocional, yace el amor. Un amor inmenso e infinito, que espera salir a flote para ser traspasado a tu bebé.

Así que, anímo amigo mío, resiste ante el yugo de la presión social, lucha contra las cadenas que el mundo puso en tu espítiru, rebélate contra ese maldito diablo que susurra a tu oído "vuelve al trabajo a proveer, y no te preocupes del bebé, que de él ya se encagará tu mujer. Solamente tu mujer".

Llora, grita, patalea, lucha. ¿A qué estás esperando? No te pierdas este momento que es tan bello e importante para ti. No esperes a que sea tu pareja quien agarre tu mano, quien tire de ti y te implique en la crianza y la educación de tu hijo. Hazlo por ti mismo. Vamos, no te cortes, ya que puedes y quieres hacerlo. Lo sabes tan bien como yo: ¡deseas hacerlo! Vamos, ánimo, da un paso adelante.

Ya no dudas. Le coges en brazos, le miras, le pegas a tu pecho. Piensas en todo el tiempo en que permanecerás a su lado, cuidándole, criándole, protegiéndole, apoyándole, dándole tu cariño.

Enhorabuena, amigo mío, al fin eres padre; un padre que no será ausente. Al fin te has deshecho del miedo y de las ataduras. Por fin eres libre. Eres feliz. Muy feliz. Y una lágrima cae por tu mejilla, mientras, tras darle un cálido beso a tu hijo en la frente, con un suave susurro, tus labios dejan escapar una frase: "Te quiero, mi niño".
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