Consultando un manual de Psicopedagogía, encontré un artículo en el que se decía lo siguiente:
“En un estudio, a un grupo de estudiantes se les planteó una serie de problemas de “control de ruido”. Se les hizo creer que, apretando un botón, en cierta forma podrían detener un ruido perturbador que aparecía regularmente. Para la mitad de los estudiantes, el presionar el botón cuatro veces producía realmente el efecto de parar el ruido; pero los demás, por mucho que apretasen, nunca obtenían el resultado deseado. Más tarde, a todos ellos se les proporcionó una serie de anagramas, o conjuntos de letras, que formaban palabras si se descifraban correctamente. Los estudiantes a los que se les había planteado el problema de ruido que tenían solución resolvieron muchos más anagramas y con mayor rapidez que los del otro grupo. Estudios posteriores realzados también con estudiantes dieron resultados similares: los que habían aprendido la indefensión en una tarea inicial actuaban mucho peor en una segunda tarea” (Hiroto y Seligman, 1975).
En conclusión: La indefensión aprendida (condición psicológica en la que un sujeto aprende a creer que está indefenso, que no tiene ningún control sobre la situación en la que se encuentra y que cualquier cosa que haga es inútil), no sólo puede acarrear efectos negativos ante un contexto determinado, sino que también, en un futuro, en otro distinto.
Tras leer este estudio, recordé el siguiente cuento, el cual, espero que les ayude a afrontar o a enseñar a afrontar la indefensión, ya que ésta, con un tratamiento o una educación adecuada, puede superarse:
Habíase una vez un niño muy curioso al cual le entusiasmaban los elefantes.
Sabiendo esto, un día su padre le llevó al circo para que pudiese ver a su animal favorito de cerca, e incluso, si era posible, acariciarlo.
¡Qué contento se puso Juan (que así se llamaba el niño) al escuchar la noticia! Juan tenía muchas películas y muchos documentales sobre de elefantes. Pero… ¿tocar a un elefante? ¡No podía creérselo!
<<¡Qué emoción!>>, pensó el niño.
Al llegar al circo, Juan y su padre vieron animales de todo tipo, y a gente que hacía unas cosas fascinantes, como manejar un monociclo sobre una cuerda o tragar bolas incandescentes. Tuvieron que esperar un largo rato hasta que llegó la actuación que Juan más esperaba: la actuación de los elefantes.
Y la verdad es que ésta fue la actuación más impresionante que se había realizado aquel día en el circo… pero, más que fascinado, Juan llegó a su casa pensativo. Había algo extraño en aquella actuación… y decidió consultarle a su padre la duda que tenía, para ver si éste podía aclarársela:
-Papá, ¿te puedo hacer una pregunta? –dijo Juan.
-Sí, Juan, dime.
-Si los elefantes son tan grandes y tan fuertes que pueden incluso romper árboles, ¿por qué no se liberan de las cadenas que les ponen en el circo? ¿Son unas cadenas más fuertes que ellos, o es que mienten las personas que hacen los documentales y las películas?
-No, hijo; lo que ocurre es que, cuando los elefantes son muy pequeños, les ponen unas cadenas que no pueden romper. Ellos tiran y tiran, pero como apenas tienen fuerza porque todavía son pequeños, no logran arrancarlas. Más tarde, cuando crecen un poco y pueden destrozar las cadenas, se las cambian por otras algo más fuertes. El pobre elefante vuelve a hacer fuerza para intentar librarse de ellas; pero, como continúa siendo demasiado débil, vuelve a fracasar en su intento. Así, día tras día, intento tras intento, el elefante no logra romper las cadenas y ve mermadas sus fuerzas. Y, a medida que crece, siguen cambiándole las cadenas por otras hechas a la medida de su pata. De este modo, el elefante, cuando se hace mayor, deja de intentar arrancar las cadenas porque recuerda todas las veces anteriores que había fracasado en sus intentos, cuando en realidad ahora es cuando sí puede romperlas debido a gran fuerza.
Fuente: Déjame que te cuente los cuentos que me enseñaron a vivir, de Jorge Bucay (no está transcrito tal cual viene en el libro, pues lo he escrito de memoria).
=> A los seres humanos en ocasiones nos ocurre esto mismo que le sucede al elefante: una vez intentamos llevar a cabo algo que siempre deseamos hacer, pero, debido al fracaso, acabamos por perder la ilusión y cedemos ante nuestro objetivo; olvidando que siempre podemos aprender, que siempre podemos mejorar, que a medida que transcurre el tiempo podemos “hacernos más grandes y fuertes… y romper las cadenas”.
Si aprendemos de nuestros errores, si insistimos, si nos armamos de valor y tratamos de mejorar nuestra autoestima con un “puedo hacerlo”, pienso, lograremos desempeñar muchas más cosas de las que nos creíamos capaces.
Porque… vencido/a no es quien se cae, sino quien no se levanta.